A finales de 2001, poco antes del advenimiento del euro, todos andábamos atareados intentando traducir a la moneda única los precios que, hasta entonces, siempre habían estado en pesetas. Mientras el Gobierno nos advertía de que no nos dejásemos engañar por los perversos redondeos, íbamos preparándonos, eurocalculadora en ristre, para bregar con los céntimos como si en ello fuera a irnos la vida. Entonces, una cerveza costaba unas 170 pesetas; es decir, un euro con dos céntimos.
Por aquel entonces, mi sueldo andaba por las doscientas cincuenta mil pesetas. Y yo hacía con la dichosa conversión un chiste que solía gozar de la benevolente comprensión de mis amigos: "gano mil quinientos euros; o sea, mil quinientas cañas".
Hoy, casi siete años después, gracias a las sucesivas "revisiones salariales con arreglo al IPC", mi sueldo casi llega a los mil ochocientos euros. Es decir, al precio actual de la cerveza, unas mil cañas. Eso es inflación real y lo demás son cuentos, ¿no les parece?
He recordado todo esto al leer la boutade de la que Arsenio Escolar se hace eco en su blog, de 20 minutos, "Invierte en cerveza, no en acciones".
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