Estaba yo buscando la forma de, sin dejarme llevar por la ira ni la visceralidad, protestar aquí contra la brutalidad con que los militares israelíes "pacifican" su frontera con la franja de Gaza y la pasividad floreada con la que los gobiernos occidentales se quejan de esa agresividad, y resulta que Javier Ortiz ya lo ha hecho en su columna de Público.
No se me escapa, no obstante, que Hamás no son ningunos angelitos. Llevados por la benevolencia con que solemos mirar a quienes con palos, piedras y cohetillos, oponen numantina resistencia a la monstruosa máquina bélica de quien se apresta a exterminarlos, podemos llegar a pensar que, puesto que son los débiles, tienen razón: el discurso de "resistir hasta la última gota de sangre" siempre ha gozado de buena prensa en el argumentario épico occidental.
Y no. Hamás no tiene razón. Pero Palestina no es sólo Hamás. Entre los palestinos también hay quienes quieren una sociedad laica, progresista e igualitaria, liberada tanto de la prepotencia expansionista israelí como del lastre de una teocracia medieval que confunde deliberadamente el estado con la iglesia, la política con la religión.
Félix Soria lo analiza brillantemente en su blog.
Íñigo Sáenz de Ugarte pone el acento en que los ataques israelíes no sólo producen víctimas entre los milicianos de Hamás.
Actualización a 2 de enero:
Federico Vaz lo analiza también en una, no tanto para mí pero sí para algún otro amigo, sorprendente entrada en su blog, que reproduce su último artículo publicado en Granada Hoy.
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